martes, 4 de octubre de 2011

EL HOMBRE Y LA ROSA


Estando internado en el hospital, un hombre solo se acordaba de una cosa, una rosa que él cuidaba con esmero y que siempre había sido su predilección. Aquella rosa quedó un tanto desantendida desde que el protagonista de nuestra historia fue internado en un hospital por una afección cardiaca, por lo que temió que su estado no fuera el más idoneo.
A un amigo suyo le dijo en la habitación del hospital. ¨Tienes que ir a mi casa y cuidar de esa rosa que tanto quiero. Debes regarla, estará muy seca, por favor, no lo olvides, si esa rosa muere algo de mi morirá con ella¨.
El amigo aceptó la encomienda que  le habían  dado, pero nada más salir de la habitación lo tuvo claro. ¨Si hombre, yo voy a ir a cuidar una rosa que seguro ya se ha marchitado, mañana le digo que ya ha sido demasiado tarde y punto, tampoco se va a morir por una rosa, una simple rosa¨.
Al día siguiente el enfermo estaba ansioso de recibir noticias sobre esa rosa a la que él tanto tiempo había dedicado, la rosa que siempre había sido un pilar importante en su vida. Cuando su amigo llegó la pregunta no se hizo esperar. ¨Qué, ¿cómo está mi rosa?, dime que la has regado y que ha aguantado por favor¨. Su amigo no se lo pensó y, sin reparar en la repercusión le dijo. ¨Mira he estado allí pero ya da igual, ya está muy mal, por mucho que le riegue ya no se va a salvar, estaba llena de hormigas y comenzaba a pudrirse...¨
Antes de pudiera terminar la frase, dos impresionantes lagrimones calleron rostro abajo por la cara de un hombre que quedó abatido al escuchar aquellas palabras sobre su rosa.
Se dio la vuelta en la cama y el llanto era estremecedor, tanto, que el amigo que no quiso regar aquella flor  empezó a sentirse realmente mal por haber mentido. Nadie podía imaginar que el hecho de que aquella rosa se marchitara pudiera tener tan gran calado para ese hombre, era como si ya no le importara que su desgastado corazón se recuperara, le daba igual morir, pensaba que si se iba de este mundo al menos en otro lugar podría encontrarse con ella, con su rosa.
Quien se sentía culpable de no haber cumplido con aquello que le pidieron, salió corriendo a la velocidad de una centella sin decir nada, volvió a la casa del enfermo y cuando llegó, ahora si era verdad, aquella rosa estaba en las últimas. Tenía pétalos decolorados, su tallo estaba maltrecho y empezaba a verse de forma clara que aquella flor que tanto significaba para su dueño no iba remontar. El amigo del enfermo, ahora sí, hizo todo lo que estuvo en su mano para salvarla, incluso llamó a un jardinero profesional que le hizo varias actuaciones en el intento de que la flor nuevamente cobrase esplendor y vida. Al llegar al hospital, aquel hombre enfermo estaba casi en las últimas. Sin saber los médicos la razón, el estado de aquel hombre había empeorado de manera incomprensible. No comía, no bebía y todo era un indicador de que aquel hombre se negaba a seguir viviendo.
Cuando su amigo se enteró de esto, se acercó al oído de aquel hombre que casi estaba inconsciente y le dijo lo siguiente:
¨Tu rosa va a salvarse, ha vuelto a resplandecer, ha querido volver a aferrarse a la vida, haz tú lo mismo por favor¨.
Tras oír aquello, el rostro de aquel hombre enfermo empezó a dejar ese color palido que hacia imaginar lo peor y sus ojos se llenaron de vida. Al poco tiempo, a las pocas horas, el hombre empezó a comer y su recuperación era casi tan inimaginable como lo fue su empeoramiento. Sin embargo el amigo pensó. ¨Dios mio,  si finamente la rosa no es capaz de recuperarse volverá a llevarse un mazazo¨.
Al salir del hospital se fue de nuevo a casa del enfermo  y cuando entró y vio a la rosa se le despejaron  todas las dudas. La rosa viviría, estaba preciosa,  viviría porque para ello dependía de que su dueño también viviera, de la misma manera que el esplendor de aquella rosa era el motivo para que aquel hombre se recuperara y recobrara la ilusión por vivir. Ambos se necesitaban. La rosa moriría si aquel hombre no estaba con ella y el hombre moriría si no podía cuidar su rosa, su fiel compañera con la que hablaba y compartía sus buenos y malos momentos.

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