sábado, 3 de septiembre de 2011

findelavida@edeen.es (Ficción)


Siempre he sido una persona de ideas fijas y de carácter impasible. Yo jamás me dejaba llevar por sentimientos de ningún tipo. Frio y calculador, siempre he mantenido que dos y dos suman cuatro y no hay más vuelta de hoja. Jamás me impresionaron ningún tipo de historias relacionadas con milagros, casualidades, fatalidades y demás. Soy, o era, ese individuo que piensa que el destino no juega en campo de nadie, que el éxito o el fracaso está siempre relacionado con lo que se ha hecho bien o lo que se hecho mal.
Quizás por ello me había convertido en un ser un tanto abominable e incapaz de ver el sufrimiento ajeno. Si alguien atravesaba malos momentos, por las razones que fueran, categóricamente pensaba que esa persona se lo había buscado.
La gente empezaba a despreciarme y yo pensaba que el problema era de ellos, que no sabían apreciar la amistad de un hombre que camina por la vida con rectitud. Mi matrimonio se deshacía por momentos y pensaba que mi mujer, no aguantaba la presión de tener que convivir con un hombre que considera que su trabajo es lo más importante. En fin, en todos los problemas que se me iban amontonando, yo nunca era el culpable.
Cierto día, estando como de costumbre en mi trabajo, al abrir el correo electrónico me encontré con un mensaje en la bandeja de entrada que rezaba lo siguiente; findelavida@edeen.es.
Pensé en borrar dicho mensaje directamente, pero…no sé,  quizás por curiosidad, lo abrí.
El texto del mensaje decía lo siguiente:
¨Muchas han sido las oportunidades que has desperdiciado para ser alguien mejor. Eres un hombre culto, inteligente, autosuficiente y de una fuerza arrolladora, pero solo has utilizado estas cualidades para convertirte en una persona arrogante, despreciable y que nada quiere saber de los demás.
Tenías potencial para haber sido un vinculo de ayuda para la gente que lo necesita pero tú, solo has pensado en ti cada momento. Por ello, se acabaron las oportunidades, llegaste a tu final¨.
Cuando leí aquello me partía de la risa, pero de repente me entró un dolor implacable en el pecho que me dejó sin respiración. Recuerdo que hubo gente que al oírme, entró rápidamente en mi despacho a auxiliarme. Yo, en medio de esa situación angustiosa, mire hacia la pantalla del ordenador, entonces comprobé que el mensaje había desaparecido.
Me llevaron a urgencias, estuvieron todo el día haciéndome pruebas de todo tipo. Finalmente cuando fueron a darme los resultados, un médico de unos 52 años me dijo de forma poco elegante, como lo hubiera hecho yo, que tenía los días contados.
Yo sufría, según las pruebas, una metástasis muy extendida con daño de los principales órganos vitales. ¨Tiene usted cáncer¨, me dijo el medico como si de los resultados de un partido de fútbol se tratara. Mi tiempo era de poco más de 6 meses de vida.
Salí de allí con mi prepotencia habitual, pensé en buscar rápidamente una segunda opinión, la de mi médico de toda la vida. El diagnóstico fue el mismo, tenía un pie en la sepultura.
Se me vino el mundo encima. Yo, el hombre arrogante e incapaz de derramar una lágrima, lloraba sin consuelo pensando que mi vida expiraba. Entonces pensé en aquel correo electrónico que recibí. Mande del orden de cien mil e-mails a esa dirección pidiendo clemencia y no recibía contestación alguna. Me estaba volviendo loco.
Durante cinco semanas permanecí encerrado en mi habitación con la vista clavada en el ordenador,  esperando un mensaje de clemencia de aquella dirección, findelavida@edeen.es, pero no había nada en mi bandeja de entrada.
A los dos meses, cambié el chip de mi vida. Empecé a valorar las cosas, comencé a entender lo que era el sufrimiento. Hace un año, despedí a un hombre porque tras la muerte de uno de sus hijos, atravesó una depresión importante que le hacía rendir en el trabajo en menor medida. Llamé a ese empleado y me contó que estaba poco más o menos que en la ruina, ya que a su edad ya no le contrataba nadie. Le dije que se presentara en mi oficina y le hice jefe de personal. Otra empleada, me pidió en tiempos una excedencia para poder cuidar a su hijo con problemas graves de salud y gracias al favor de unos jueces tan despiadados como yo, no se la concedí pero la puse de patitas en la calle a los pocos meses porque no quería tener a alguien que siempre estuviera con problemas. Inmediatamente la llamé, le dije que me disculpara por todo lo ocurrido y le propuse que volviera a trabajar cuando quisiera.
Le repuse el sueldo de cada mes que había estado ausente desde que dejó el trabajo, me contó que su hijo había muerto pero que cuando consiguiera superarlo, regresaría.
Así, poco a poco, fui intentando reparar el daño que había hecho. No lo hacía por miedo a que cuando llegara al más allá me pidieran cuentas, lo hacía porque ahora que yo atravesaba tanto sufrimiento, había podido darme cuenta de lo importante que es tener a alguien que te ayude y te seque las lágrimas.
Mi relación de pareja, que hasta antes de mi enfermedad, pendía de un hilo, se había afianzado poderosamente. Ella, mi mujer, a la que nunca valoré, se había convertido en el pilar más importante de mi vida. Ella se colocó el mono de trabajo y me lidió en todo lo que fue el proceso de mi desesperación. Siempre estuvo ahí, sin pedir nada, llorando a la vez que yo, convirtiéndose en mi sombra y dándome todo el cariño que en ese momento necesitaba. Mi vida, ahora que se acababa había cambiado, era otra persona, en 5 meses había sentido más felicidad y paz interior que en toda mi vida. No hay mal que por bien no venga, me moría pero por dentro me sentía más vivo que nunca.
A los seis meses después del diagnóstico médico, estaba ya en las últimas. No comía, prácticamente no bebía, me retorcía de dolores, no podía más. Le dije a mi mujer que abriese mi ordenador y que mandara el siguiente mensaje:
¨No reprocho nada.  Doy las gracias por haberme hecho comprender la clase de persona que era. No sé si todo lo malo que hice, lo he podido reparar pero creedme, lo intente hasta con el último suspiro. Perdón por haber sido así, estoy preparado para la partida, lo único que  pido es que cuidéis de mi familia y le deis fuerzas para superar la adversidad¨.  Ese fue mi mensaje enviado a findelavida@edeen.es.
Mi mujer a la par que lloraba, ponía cara de no entender nada, pensaba que era producto de mi delirio.
Dos horas más tarde, la fiebre que tenía, que era altísima, comenzó a remitir. Empecé a sentir una leve mejoría, incluso logré comer un bocadillo y beber un zumo. Poco a poco me iba sintiendo mucho mejor, los dolores iban cesando. Mi mujer, como más tarde me confesó, llegó a pensar en aquello tan típico de la mejoría de la muerte. Sentí que algo estaba cambiando en mi interior. A la mañana siguiente me levante más fresco que una rosa, rápido fuimos al médico para ver si esta mejoría era normal. Tras otro largo periplo de pruebas, el doctor  me recibió en su consulta con cara de asombro.
¨Se que no te vas a creer lo que tengo que decirte pero…¡No hay rastro de cáncer en tu organismo. Técnicamente, estás más sano que el más sano de los mortales!¨
Mi mujer se derrumbo de la impresión, yo me quede tan mudo como cuando me dijeron que moriría, nadie daba crédito a lo ocurrido. Para más seguridad en el diagnóstico, volvieron a repetirme miles de pruebas y todas eran concluyentes, negativo, no había tumor.
De esto hace ya dos años, nunca más volví a tener una mínima dolencia de nada. Ahora bien, en realidad algo si murió conmigo, mi vida anterior, esa en la que era una persona indolente ante todo tipo de problemas.
¡Ah!, se me olvidaba, tras todas aquellas pruebas que me hicieron y que demostraban que el cáncer había desaparecido, al llegar a casa tuve la curiosidad de mirar mi correo electrónico. En la bandeja de entrada había un nuevo mensaje de findelavida@edeen.es, decía así:
¨Tal y como tu hiciste, nunca es tarde para reparar un error. ¡Enhorabuena!,  disfruta del nuevo ser que eres. Nos vemos en otra ocasión, más lejana!¨
Esta es mi historia, unas letras que deben hacer reflexionar a todos. Siempre hay tiempo de reparar  aquello malo que hicimos. Siempre se puede mandar a la papelera de reciclaje aquello que produce daño. Apuesta por guardar en el archivo de tu corazón las cosas que producen felicidad y por supuesto, reenvía a los que más te necesitan esos mensajes de esperanza.

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