viernes, 24 de junio de 2011

EL VIEJO MALACATE


Ver su esbelta figura siempre fue para mí  un ejemplo de nobleza y seguridad.
Nunca dejé pasar la oportunidad de verle y pasar algún rato con él, porque aunque yo no le haya conocido en su pleno apogeo, no me es difícil entender lo que él significó para todos aquellos que en su interior se despedían de la luz del sol  para regresar después, al cabo de muchas horas, al lugar de partida donde les esperaba la vida.
Ahora está viejo, lo sé, ya casi nadie se fija en esta maravilla que tanto significó para nuestras familias, hoy yace casi inerte, solo se mueve por el efecto de algún gran vendaval que sigue sin poder con él a pesar de que está viejo. Ya solo le quedan los huesos, ese esqueleto fuerte que ni el paso del tiempo ni el olvido han podido hacer caer. Como la bandera de un país, como el sol en verano, siempre está ahí asomado para ser el primero en ver llegar a quien de esta tierra se va o viene.
Si pudiera hablar, seguro que me contaría cosas maravillosas de otros tiempos en los que la alegría y la pena se daban la mano, tiempos de prosperidad y miseria, tiempos donde el trabajo no faltaba aunque  fuera en condiciones deplorables y al amparo del señorito inglés, ese que creyó que aquí, por comer un chusco de pan, se podía violar hasta el aire que respirábamos.
Si yo pudiera hablarle seguro que recordaría a aquellos de mi familia que también le conocieron y se agarraron a sus fuertes estructuras ante el miedo del que pasará.
Está viejo, pero su fortaleza sigue siendo patente, demostrando a todos que ni el paso de los años, los siglos, los temporales o el rigor del calor pueden con él. Es el espíritu de lo que fueron los hombres de esta tierra, hombres que jamás dieron un paso atrás por miedo, hombres fuertes fajados a golpe de pico y pala. No podrán con él, aunque le olviden, aunque le ignoren.
Sin embargo todavía hay quien le valora, quien se acerca y al mirarle piensa en su historia, quien se acerca a hacerle una foto mientras el luce inhiesto y mostrando con orgullo lo que le queda.
A su lado me encuentro bien. Con él se me pasan las horas y las horas mientras a sus pies contemplo el paisaje que me vio nacer, ese entorno lleno de historia que, aunque venida a menos en los últimos años, siempre ha sido y será una página importante en nuestras vidas, la historia de un pueblo y una comarca que esculpió su futuro a golpes de fatigas y sudores y que marcó huella en el rostro de aquellos hombres viejos que dicen que lo de antes si que era trabajar, sin más medios que tus manos y tu corazón.
¡Hay si él pudiera hablarme!, cuantas cosas me contaría de aquellos otros tiempos. No habla, siempre calla, por más que le pregunto calla, pero yo sé que en el fondo, el viejo malacate se alegra de que venga a verle cada tarde.

JAVIER CAMPOS
Publicado en la revista NERVAE 2009

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