lunes, 20 de junio de 2011

RECORDANDO

 RECUERDOS DE OTROS TIEMPOS

Cada día para  el minero era lo mismo, ese ritual especial de quien prepara el talego con aquello que va a necesitar para subsistir en una dura jornada laboral.
 En el turno de mañana, tocaba levantarse en la oscuridad de la noche y cruzar las desiertas calles de un pueblo que a esas horas descansa  para llegar a la estación, lugar en el que espera la camioneta que le llevará, a él y a sus compañeros, a ese agujero del que dependen sus vidas.
Siempre toca levantarse aun más temprano,  no se puede dejar pasar la oportunidad de degustar, con la aurora como testigo, el primer café en el bar de Jeromo, con ese molinillo que empieza a trabajar más temprano que nadie y que  facilita la adaptación a los muchos ruidos que los trabajadores se encontrarán. Algunos de los aguerridos hombres de minas, en lugar de café saborean y se regocijan con el impacto de una copa de aguardiente que les despierta el alma. Nadie pone en entredicho a nadie por beber alcohol antes de la jornada, todos saben lo que significa un trago que te disfrace el frío de la mañana y la crudeza de la minería.
En el turno de tarde, toca almorzar antes de lo previsto para no ir a tragar polvo con la comida aun en la boca, toca después bajar la calle del pilar al ritmo que va marcando un palillo mondadientes en la boca, toca silbar para ahuyentar los malos presagios y espantar los temores de que pueda ésta ser la última tarde, porque el riesgo siempre está presente.
Los hombres de mina, aquellos que labran con sus manos y sus herramientas el paisaje de años venideros, siempre se despiden de sus familias de forma efusiva, porque aunque nadie quiera hablar de ello, cada día puede ser el último, sensación que se mitiga cuando se sale del agujero y se respira  el aire que oxigena  lo inmundo, ese momento que para ellos es la gloria de saber que vuelven a casa.
En el turno de noche, el gran coloso minero suena de una manera especial, con sones que a lo lejos se convierten en ruidos que yacen con son eterno, ese murmullo que las familias notan desde sus casas, ruido que sabe a comunicación entre los que duermen intranquilos porque un ser querido está bajo tierra y los que están ganándose el pan mientras se juegan el pellejo.
Así es la mina, la forma de vivir de la tierra sin cosecharla, arrancando sus entrañas para convertir sus tripas en progreso y bienestar para todos. Los mil colores que del entorno minero se evocan, son como etiquetas que indican los grandes manjares industriales, la savia de una tierra que nació para que sus hombres se entierren en vida llevando dignidad a sus casas. Esos son los hombres que cuándo salen de las gargantas de la mina, son prácticamente irreconocibles por el efecto, como decía el poeta, del hollín y el lodo. Todos, al salir de sus trabajos mineros, son como decenas de hijos nacidos de una misma madre que les ha llevado en su vientre y les ha impregnado de su interior.
El minero quiere a su mina de la misma manera que el árbol quiere el agua que le hace brotar desde la semilla, pero nadie olvida que el amor juega a veces malas pasadas, amores crueles que terminan en crueles desenlaces. Todo aquel que es de estos lares, sabe que cuando el ruido de la mina cesa malos presagios se avecinan. Es el silencio del llanto que de forma desgarradora evoca a quien sale del agujero con los pies por delante, para meterse en otro agujero del que ya no saldrá jamás. Es la ironía de quien trabaja en la tierra y sabe que a la tierra puede ir para siempre antes de que llegue su hora.
Cuando eso ocurre, cuando la mina se enfada y se ceba con el minero, es cuando una comarca se viste de luto y llora por aquel que mezcló su roja sangre con el rojo del cobre. Todos se lamentan de su mala suerte, todos sienten en su pecho un aire de dramatismo que parte los corazones al pensar que José Flores ya no está, pero que mañana cualquiera puede ser el próximo en reunirse con él.
En el tumulto silencioso que agita la muerte, un minero expira exhausto y deja mujer y niños, niños que ya nunca más aguardarán a su padre para comerse el trocito de queso que  les dejó a la vuelta en el talego.
La mina tiene varios turnos: Mañana, tarde, noche y eternidad.

Javier Campos: Publicado en la revista Nervae 2009 

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