lunes, 4 de julio de 2011

EL HIJO DE LAS DOS

                                                         Foto: Cuadro de M. Mora


Muchas son las opiniones que se han vertido sobre el tema de si hay vida después de la muerte, pero aunque se ha escrito y se ha hablado mucho sobre el tema, nunca sabremos con exactitud que es lo que pasa con cada persona una vez nos entierran o nos lapidan tras el muro de un nicho.
En este tema, desde parapsicólogos a científicos e incluso la iglesia han presentado distintas razones o argumentos sobre el más allá de la vida en la tierra, pero por el momento todo es una incertidumbre, a pesar de casos y de historias como la que les cuento a continuación.

Esto sucedió en una ciudad cualquiera de un país cualquiera. Nuestro protagonista es Alejandro, un inquieto niño de 5 años que siempre se mostraba de lo más activo y que como todo niño, nunca veía el peligro en las situaciones que verdaderamente lo tenían.
Su Madre, Isabel, era una mujer que siempre estaba muy pendiente de todos los movimientos de su hijo, pues como ocurre con las madres, parece que siempre tengan un sexto sentido a la hora de intuir algún peligro que pueda acechar a sus hijos.
Isabel, su marido Carlos y Alejandro, vivían en la 5ª planta de un edificio que estaba cerca de un parque situado en el mismo barrio. El pequeño Alejandro, a las primeras que sus padres se descuidaban, salía corriendo hacía el balcón y se subía a la barandilla para intentar ver el parque, algo que siempre hacía para llamar la atención de sus padres y que alguno de ellos le bajara a jugar tras su insistencia.
En el mismo bloque, en el 2º piso, vivía una mujer llamada Carmen que estaba embarazada de 5 meses, una mujer que vivía sola a raíz de que se separara de su marido, algo que  hacía poco tiempo que había ocurrido.
Cuando Isabel la del 5º bajaba a Alejandro a jugar al parque, coincidía en muchas ocasiones con Carmen, con quien hablaba durante horas mientras Alejandro jugaba.

La amistad entre las dos mujeres se hizo patente con el paso de los días, estrechando un fuerte vínculo de amistad. Todo transcurría con aparente normalidad en la vida de estas personas, pero un día, un nefasto día, la fatalidad sucumbió a una de ellas.
Alejandro, casi a hurtadillas y sin que su madre se diera cuenta, salió al balcón de la casa. Para acceder a dicho balcón había que abrir la puerta de una cristalera que ese día, casualidades de la vida, estaba abierto porque habían estado unos pintores dándole una mano de pintura. El niño accedió al balcón, se subió hasta la barandilla de protección como hacía siempre y en ese momento escuchó los gritos de su madre que se había percatado de la situación. Ante el enérgico enfado de la madre, Alejandro se puso nervioso y ocurrió lo peor, cayó al vacio sin remisión alguna.
Los gritos de la madre eran estremecedores, salió corriendo escaleras abajo absolutamente descontrolada mientras todos los vecinos salían alarmados de sus casas por los gritos. Cuando Isabel llegó a la calle, la imagen era dantesca, un numeroso grupo de gente se agolpaba formando un círculo alrededor del niño. Isabel, histérica trataba de quitar a la gente para llegar a su hijo, pero ya era tarde, el pequeño Alejandro yacía en el suelo y no se podía hacer nada por él.

Aquello fue un drama que vistió de luto y acabó con la alegría del barrio de repente.
Todos los vecinos echaban de menos a Alejandro y su madre se vio inmersa en una terrible depresión que le llevó a vagar por el mundo como las locas, necesitando ayuda profesional que no le proporcionaba ningún consuelo a su pena.
A los 5 años de aquel suceso, el barrio había asimilado, aunque no olvidado la muerte del pequeño, pero su madre seguía en un estado de pura inopia, era una mujer con aspecto de muerta en vida. El único consuelo que tenía Isabel, era irse a casa de Carmen, donde pasaba las horas con ella y con el pequeño que Carmen tuvo meses después del suceso de Alejandro.
Una tarde, cuando estaban con el pequeño Daniel, el hijo de Carmen, en el parque, el pequeño, que en esa época rondaba más o menos la edad que tenía Alejandro, dejó frías a las dos madres que no daban crédito a lo que escucharon. Daniel, se acercó donde estaban su madre e Isabel y dijo, ¨¿Mamá, tú te acuerdas cuando yo era de esta mujer y me caí de allí arriba?¨ En ese instante las dos madres se quedaron sin habla, pero a los pocos segundos, Isabel, armándose de valor le dijo a Daniel, ¨¿Qué dices, quien te ha dicho que tú eras mi hijo, quien te ha dicho eso?¨
Sin más explicaciones, Daniel salió corriendo como alma que lleva el diablo, se metió en el edificio y se fue hasta donde la puerta de Isabel, donde vivía Alejandro.
La madres llegaron casi ahogadas por el sofoco de las escaleras, mientras el niño insistía a Isabel para que abriera la puerta de su casa. Isabel abrió y el pequeño Daniel se fue directamente a la que era la habitación de Alejandro, conservada por su madre tal cual estaba cuando vivía Alejandro.
El niño, mientras se erizaban los pelos de las dos madres, recordaba con total exactitud todas las cosas que pertenecieron a Alejandro. Los nombres de los muñecos, los juguetes e incluso pronunció sin equívocos los nombre de todos los compañeros de Alejandro que estaban con él en una foto de la guardería, lo recordaba todo.
El niño, después de aquello que emocionó a Isabel, quien veía en Daniel a su hijo desaparecido por el accidente, cogió con sus manitas el rostro de Isabel y le esbozó:
¨Perdóname mamá de antes, perdóname por no haberte hecho caso y haberme caído por el balcón, yo siempre te querré mucho y vendré a verte y jugaré contigo todos los días con mi nueva mamá. No llores, yo seré el hijo de las dos.¨


Esta historia es pura ficción, pero basada en muchas historias parecidas que han sido contadas por muchas personas y catalogadas por expertos como casos muy frecuentes de reencarnación con recuerdos de la vida anterior. 

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