Este escrito ya fue publicado en la Revista NERVAE hace algunos años, y si lo pongo ahora en mi blog, es para que muchas personas que viven fuera de Nerva y que fueron amigos de la persona a quien va dedicado, puedan leerlo y recordar a este gran amigo que se nos fue.
En una revista como esta que cada año ve la luz en el preámbulo de las fiestas, es fácil comprobar que se le rinde tributo a mucha gente importante que ha contribuido con el desarrollo de nuestro pueblo a lo largo de sus 125 años de historia.
Tal y como he comentado en otros artículos o narrativas, la historia de un pueblo no la forjan sólo aquellos que han tenido un papel relevante para nuestra sociedad en temas tan importantes como la política, las artes y demás, ya que también hay personas, nombres que para muchos no son tan conocidos, que formaron parte de lo más bello que puede tener un pueblo, personas de buen corazón que siempre estuvieron dispuestas a mostrar su nobleza y la transparencia de su alma.
Cuando algunas personas nos dejan se hace un vacío en nuestros corazones y solo si esa persona ha sido alguien importante se le recordará en fechas señeras. Hay otras personas que con el inexorable paso del tiempo caen, no en el olvido, pero si se alejan de nuestras mentes por aquello de que la vida siempre sigue con su ritmo frenético.
Por eso este año, quiero rebatir a aquel que dijo que el tiempo lo cura todo y todo se olvida, a aquel que dijo que no hay mal que cien años dure y al que dijo que todo pasa, para gritar al viento que nada se olvida, nada de aquello que produce serio dolor, se olvida.
Se puede aprender a vivir con la pena, el tiempo puede mitigar un poco la angustia pero olvidarse, nunca puede olvidarse a quel que nos ha dejado una profunda huella en el corazón, basta sólo con mirarte cada día esa herida para saber que siempre habrá un motivo de sufrimiento al recordar a quien se fue. Muchos años han pasado ya desde que marchó, sigo teniéndole tan presente como siempre, sigo recreando en mi mente mil situaciones que me recuerdan a él, porque el recuerdo es siempre una forma de estar a su lado, de juntarnos en la distancia y seguir siempre unidos como antaño.
Aun hoy se me eriza el pelo como aquel 11 de julio, día en que decidió partir para no regresar jamás, día que jamás podré perdonarle a pesar de las muchas alegrías, pues aun no comprendo el motivo por el que me dejó solo. Él era mecánico, mecánico que no solo arreglaba artilugios con motor, era mecánico de penas reparando siempre la tristeza con esa forma de ser que le hacía tan especial.
Tenía pasión por la radio de su pueblo, su Onda Minera que siempre llevaba sintonizada en su coche para ver si poníamos algún tema de Ana Gabriel. Se dejaba el alma y lo que hubiera que dejarse cuando nosotros le pedíamos ayuda para que fuera nuestra unidad móvil o cualquier otra cosa. Se llevaba horas y horas trabajando de forma desinteresada poniendo a punto esos tractores o coches que siempre se fastidiaban antes de la cabalgata de Reyes Magos. A este mecánico de corazones sólo habia que pedirle ayuda y te daba cuanto tenía.
Pero la más dura roca, impenetrable, irrompible, no es sin embargo inmune a la erosión que provoca algo tan frágil como el agua, ese agua que martilleando sutilmente durante años puede hasta cambiar su forma. Así era mi amigo, alguien de apariencia fuerte y de pensamientos firmes y al que las pequeñas gotas de la vida en forma de problemas pudieron minarle el más fuerte y noble de los corazones, el suyo.
Mi vida cambió de forma total desde que él no está. Es tanto el vació que aún hoy, después de más década siento, que ni tan siquiera esas nuevas personas que llegaron a mi vida pueden darme una felicidad plena. A cada momento, a cada lugar, en cada escena del día a día tengo un recuerdo suyo imborrable que me me hace anclarme en el pasado.
Muchas han sido las tardes que he visto caer el sol en el camposanto mientras compartía con él momentos de silencio y lágrimas que me ahogaban. Nunca he dejado pasar la oportunidad de estar con él para hablar en silencio, verle sin poder verle, para abrazarle en la distancia que da la separación de una lápida que se convirtió en la cancelación de muchos sueños. Es en esos momentos cuando más me acuerdo de la falta que me hace.
Mi vida, que como la de muchos es de lo más normal, tiene también altibajos y momentos difíciles, momentos en los que necesitaría de una palabra sabia que me orientara, ánimos que me ayuden a seguir. Yo me contagiaba de su particular forma de ver y entender la vida, me impregnaba siempre de ese aroma de positivismo que siempre desprendía y que tanto bien me hacia. Con su amistad y a su lado sentía que nada podía afectarme, pues aunque estuviera precipitándome por un abismo, siempre sabía que había unos poderosos brazos dispuestos a sujetarme y a prestarme su apoyo. Era tanta la felicidad que me proporcionaba que quizás eso me hizo vivir en la inopia y no darme cuenta de que era él quien más apoyo necesitaba. Siempre supe de aquellos, sus malos tiempos, pero siempre percibí que lo tenía superado porque a mi lado trataba siempre de recrear un mundo distinto para que me diera cuenta de que en la vida, aunque no sea del todo verdad, todo se supera con empeño y corazón.
Él no fue capaz de superar ciertos avatares que a casi nadie contaba. Un día, desperté con el mazazo de que había decidido marcharse para siempre y no me dio tiempo ni a decirle adiós. Era un tipo especial, una de esas personas que te hacen la vida fácil porque la palabra ¨NO¨ , no existía en su vocabulario lleno siempre de palabras amables y buenas voluntades.
Han pasado muchos años pero le sigo notando en falta como el primer día que se fue. A mi me aterra la muerte, pero desde aquel fatídico 11 de julio de 1999, pienso que el dia que llegue mi hora tendré un motivo para partir con alegria, pues ese día podré llegar al infinito y decirle aquello de: ¨Mingo, un abrazo que ya estoy aquí contigo¨.
DEDICADO A DOMINGO HURTADO PÉREZ.
¡MI AMIGO!