Hoy, a muy tempranas horas de la mañana, siendo madrugada aun, me quedé mirando a la mujer que comparte vida conmigo. Ella dormía, estaba liberando sus últimos sueños entre mantas antes de tener que levantarse, como todos los días, y prepararse para una dura jornada laboral que siempre la tiene en guardía a pesar de la miseria que cobra.
Como muchas mujeres, no sale de casa antes de haberse arreglado un poco aunque solo sea para ponerse el uniforme, ir a trabajar y que la vean sus compañeros y compañeras. Antes de irse ya acomete el primero de sus trabajos, recoger las cosillas que andaban por medio y que yo me había dejado, hacer algo de café, fregar los cuatro tiestos que quedaron de la noche, en fin, ese continuo no parar que es siempre su vida a pesar de que no haya razón para desvivirse por cosas que pueden hacerse luego.
Así es ella, una trabajadora nata que, independientemente de que se le reconozca o no su trabajo, siempre cumple como la primera con todo aquello que cada día necesita de su exigencia. Ella es un torbellino que nunca tiene horas para si misma y que jamás ha maldecido el no tener una vida mejor, pues sabe como nadie que cada uno tiene lo que le toca en buena o mala suerte, y a pesar de que su vida, nuestra vida, no sea de las mejores, tampoco podemos quejarnos si nos comparamos con otras personas.
Ella llega de trabajar siempre cansada y un poco harta de una rutina que siempre se le clava, pero da gracias a la divina providencia por tener un trabajo en el que sentirse útil, con el que poder aportar algo a la casa de sus sueños, esa que sin ser la más bonita o la más perfecta, es la que ella va transformando poco a poco con el sudor de su frente y con la ilusión de poner algo nuevo cada día, aunque sea simplemente un pequeño adorno que luzca bien con los muebles del salón.
Tras estar un rato en el sofá, se levanta como un resorte para ponerse, según ella, a limpiar, aunque lo que limpie esté más limpio que la conciencia de un ángel. Ella se pone a lo suyo y por mucho que se le diga, por mucho que entre ambos hagamos o hayamos hecho, siempre encuentra algo que necesita de su toque, siempre hay algo que no hice bien y no quedó como a ella le gusta, y yo, simplemente callo, porque en realidad, ni yo ni mi vida seríamos lo mismo si no viera cada día esta mujer trabajadora que, dentro y fuera de casa, saca brillo a lo que ya brillaba, porque taréas a parte, que podemos siempre hacer juntos aunque terminemos como el rosario de la aurora, lo que más reluciente tiene siempre es mi corazón. Por eso, todos los días, no solo el 8 de marzo, tengo que dar gracias al destino por haber puesto a semejante terremoto en mi vida, por haberme dado la oportunidad de compartir trabajo y sudores con esta luchadora nata que, aunque no tenga el mismo reconocimiento que puedo tener yo en lo que hago, vale mucho más que yo.
Gracias Encarni, por tu trabajo y paciencia.
Gracias a todas las mujeres que siempre son la fuerza que mueve el mundo aunque el mundo no haga nada por ellas.
Gracias a ti por escribir como escribes y poder leerte. Afortunada la mujer que tienes al lado por tener un hombre que sabe valorarla
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