viernes, 9 de marzo de 2012

UNA TARDE EN EL HUERTO DE ALMAS


La tarde despunta tiñiendo el cielo de rojo fuego, proporcionando un panorama tórrido y espectacular que hace que  un brillo especial se cuele entre los cipreses del mar de cruces que siempre permanece en calma. Cualquier sonido cobra una significación especial en el lugar donde no hace falta hablar, donde las miradas lo dicen todo, donde se oye algún lamento que siempre se escapa en forma de suspiro.
El inmenso archivo de información labrada en mármol o piedra, deja entrever como la vida no ha sido repartida de igual manera en todos los casos, no todos han tenido el mismo tiempo de realizar su camino vital, no todos llevan el mismo tiempo como inquilinos de este gran albergue de vidas acabadas.
Paseas entre las galerías y puedes darte cuenta de como el tiempo deja fechas que se clavan y producen eternas cicatrices en las almas de los que se quedaron y vieron partir a sus seres queridos.
Unos con una edad que podemos considerar camino andado, otros de una manera prematura y cruel, algunos de manera incomprensible y producto de nefasta casualidad. También están  aquellos que vinieron a la vida  para irse cuando ni siquiera habian empezado a vivirla, muchos que aceleraron su partida por sentirse de sobra en un mundo  que se les quedó demasiado grande para seguir o demasiado pequeño para no ahogarse en el.
Todos y cada uno con una circunstancia distinta, todos ven pasar los días con ese son eterno y rutinario que sólo se ve alterado cuando irrumpe alguna visita, cuando entra alguien para estar con los que en casa ya no están, cuando llega alguien para ser triste compañía de los que aquí ya están para siempre.
Hasta la respiración se hace más difícil en este lugar. Cuando se entra de la cancela para adentro, notas que un frio especial recorre el cuerpo, aunque todos pensamos y sabemos que, más tarde o temprano,  seremos una cruz más.  Pocas cosas hay más claras y ciertas en la vida.
Todos tenemos un lugar guardado en el huerto de las almas, en la desembocadura de las lágrimas más amargas, en la pensión del sueño eterno,  donde siempre hay sitio.


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