En una mañana del mes de enero, sucedió algo que para mí fue realmente increíble.
Caminaba yo como muchas otras mañanas en dirección a mi trabajo. De repente me encontré con un anciano que caminaba bastante desorientado por la calle. Este señor, sin conocimiento del riesgo que contraía, se metió en medio de una carretera por la que multitud de vehículos transitan a gran velocidad. El revuelo que se montó de momento fue impresionante, pues todos los coches que pasaban en ese momento, empezaron a pitar de forma desmedida y algunos incluso tuvieron que frenar bruscamente o hacer varias maniobras para no llevarse al anciano por delante. Como por un impulso de humanidad, salí corriendo a pesar del riesgo de que me atropellaran a mí también, cogí a aquel hombre y me lo llevé de allí como pude.
La reacción de algunos de los conductores fue lamentable. Hubo uno que se bajó dejando el coche en medio de la calzada y su única intención era pegar a aquel ¨vejete¨ que podía ser su abuelo. ¨Maldito hijo de puta, te tenían que haber matado para que te quitaran del medio, cabronazo¨, dijo un conductor de unos 22 años de forma airada.
Sin embargo aquel hombre hacía caso omiso a todo lo que le decían, estaba como ausente, como si todo lo ocurrido no fuese con él. ¨¡Que incomprensible es la gente!¨, pensé mientras veía la mirada perdida de aquel hombre.
Otra de las cosas que me llamó la atención, es que iba medio desnudo a pesar del intenso frio que hacía en esa mañana de invierno. Me quité mi abrigo, se lo coloqué y le pregunté si quería que le llevara a algún sitio, pero él no decía nada, solo callaba y tiritaba por el intenso frio. Yo insistía, ¨¿Quiere que le acompañe a algún sitio?, pero él, seguía sin decir nada.
Yo tenía mucha prisa, como todos los que le dijeron todo tipo de improperios, pero me sentía obligado a hacer algo, no podía dejarle allí porque sabía que podía volver a meterse en medio de la carretera. En ese momento, pasaba un coche de policía por allí, les hice varios gestos y el coche patrulla aparcó a un lado y se bajaron dos agentes de forma inmediata. Al explicarles la situación, me quedé perplejo cuando los policías me dijeron que aquello no era asunto suyo. ¨Mire, con el debido respeto, pero nosotros no estamos para cuidar de viejos que se han levantado de la cabeza¨, dijeron los agentes.
La reacción de aquellos supuestos servidores de los ciudadanos, me acrecentó mucho más la pena que empezaba a sentir por aquel hombre desvalido, con la mente perturbada, pero por el que nadie sentía la más mínima compasión. Le senté en un banco de una placita que había por allí cerca e intenté hacer de todo; Llamé a los servicios sociales, residencias de ancianos que me facilitaron para ver si era residente de alguna de ellas, de todo, pero nadie quería hacerse cargo de aquel abuelo del que nadie quería saber o no sabían nada. Finalmente llegaron los de servicios sociales del ayuntamiento. El conductor de la furgoneta se bajó y dijo algo así, ¨¡coño, otra vez él mismo de siempre. Anda que no tengo ganas de perderlo de vista!¨.
Eso fue lo definitivo, ya no puede más y arremetí contra aquellos operarios por su falta de humanidad. Tuve una tremenda trifulca con ellos y decidí que aquello no iba a quedar así, me fui al ayuntamiento y a otros organismos competentes y puse una denuncia ante lo que consideraba un atropello de sensibilidad.
No me hicieron ni puñetero caso, pero por lo menos conseguí que, por todo lo que había sucedido, aquellos operarios se pensaran para otra vez actuar de esa amanera.
Al abuelo le metieron en una residencia que sufragaba el propio consistorio, una de esas residencias de mala muerte en la que los que trabajan no tienen nunca la más mera dedicación por nada, solo les interesa hacer su trabajo de cualquier manera a sabiendas que , los que allí han ido a parar, ya tienen pocos motivos para quejarse de nada y les tratan como meras mercancías que han de poner en un sitio o en otro.
No tenía familia, eso es lo que me informaron en el ayuntamiento. Vivía en una casita de su propiedad, su mujer había muerto hacía unos meses y esa causa fue la que le hizo, según creían todos, perder la cabeza. Me enteré también que se llamaba Adolfo, que fue profesor y que al no tener hijos se quedó solo en el mundo.
Una tarde fui a verle. No es que yo sea mejor persona que el resto de la gente, pero haber vivido aquella historia de forma tan directa, me hizo reflexionar sobre muchas cosas y pensé en aquello de... ¨con la vara que midas serás medido¨.
Cuando llegué, él estaba sentado en un patio con su típica mirada ausente. Me senté al lado suyo y después de que girara la cabeza hacía mí, empezó a llorar y se me abrazó fuertemente. Con el alma despedazada por la pena, le abracé también y le dije que no se preocupara, que nadie le iba a hacer daño. Entonces me miró y me dijo, ¨Me habría encantado que hubieras sido mi hijo. Tú me has dado lo que muchos hijos no dan, cariño¨.
Ya ven, el que todos creían loco, hablaba con más cordura que nadie. Fue en ese momento cuando me dijo que lo único que quería era reunirse con su mujer, lo único que había tenido en el mundo. Esa fue la razón por la que aquel día se metió en plena carretera, para cerrar los ojos y abandonarse a lo que según él, hubiera sido la suerte en ese día, que alguien le hubiera atropellado y le hubiera quitado del mundo de las tristezas.
Con mi presencia se sitió mejor, durante mucho tiempo fui a verle cada día y eso se convirtió en una ilusión para continuar viviendo, según me dijo el mismo. Al año y medio de aquello murió. Una tarde fui a verle y una enfermera me dijo, como quien despacha pan en una panadería, que se había muerto dos días antes.
Tanto tiempo que estuve con él, para que al final no le pudiera acompañar en sus últimos momentos. El director de la residencia me dijo que dejó una carta para mí. La abrí y decía lo siguiente, ¨Sé que mi final está cerca, incluso he visto como Elena, mi mujer, ha venido a buscarme en sueños y me ha dicho que pronto estaremos juntos. Gracias por todo lo que has hecho por mí, ha sido muy importante para este pobre viejo. Ya puedes decir a todos en voz alta y clara, que este loco ha visto con total claridad y cordura las verdaderas miserias de la gente, esas miserias que derraman aquellos que nunca sienten nada por nadie, aunque hay gente como tú, que hacen que, incluso cuando uno quiere morir, la vida merezca la pena¨.
DEDICADO A TODOS ESOS ANCIANOS QUE SE SIENTEN SOLOS EN LA VIDA.