sábado, 24 de diciembre de 2011
NAVIDAD SIN LUCÍA (Ficción que muestra una navidad diferente)
Se avecinaban las malditas navidades que tanto daño me hacen y que ese año serían especialmente crueles. A medida que se aproximaban esas fechas pensaba en lo mismo, ¨ojalá pudiera dormirme el 2 de diciembre y despertar el 10 de enero para evitar este ambiente navideño que tanto se clava en el corazón de quienes vivimos otra navidad, una en la que siempre falta alguien que sabes que nunca va a volver.¨
Además de la pena que supone no tener a los que quieres en ese mes, también se acentuaba mi odio por la navidad desde que perdí el trabajo un par de meses antes de aquel maldito diciembre. Luché mucho por lo que hasta hacía poco había sido mi puesto de trabajo, pero por motivos de una terrible depresión que no pude superar tras la pérdida de mi hija pequeña, hubo un malnacido, mi jefe, que sin recordar todo lo que llevaba realizado por la empresa me despidió sin la más mínima acritud, sin concederme ni tan siquiera la posibilidad de recuperarme poco a poco.
Lucía, mi niña, había contraído una grave enfermedad y no se pudo hacer nada. Aun hoy no llego a entender que no pueda oír sus gritos cuando abro la puerta de casa. Han sido momentos terribles, por eso mi odio a la navidad, que siempre ha estado patente, se convirtió en una llaga que me destrozaba el alma, pues créanme, me moría de miedo solo de pensar que cuando saliera a la calle el 6 de enero, no habría una pequeña rubia con coletas de traviesa jugando en la calle y con una sonrisa de oreja a oreja.
Mi mujer estaba destrozada también pero, aunque fuera delante de mí y de nuestro otro hijo, Álvaro, parecía que lo llevaba mejor. Yo sabía que se estaba dejando la vida en cada sonrisa que sacaba para que no nos hundiéramos más, pero en el silencio de la noche la oía levantarse y llorar hasta reventar en el cuarto de baño, así un día y otro.
Nuestras vidas cambiaron de repente, casi sin tiempo para asimilar todo lo que había pasado, por ello, inconscientemente, había veces que me paraba delante de algún kiosco para comprar el recortable que a Lucia tanto le gustaba.
Y llegó la navidad, la dolorosa navidad que no nos iba a permitir que lloráramos en voz alta porque había que poner buena cara para que nuestro hijo no se hundiera también siendo un chaval de 8 años. Era difícil sacar una sonrisa de donde no la había, poner buena cara a un mal tiempo que parecía eterno, recorrer escaparates con Álvaro pero sin oír a Lucia, que en esas fechas se le antojaba todo cuanto veía.
Pusimos el árbol de navidad y las lágrimas nos ahogaban a todos, a Álvaro también, porque aunque hacíamos todo lo posible por hacerle más feliz la estancia, sabía lo que se sentía al dormir solo y ver la cama de su hermana vacía. Muchas noches se levantaba y sin decir nada se metía en nuestra cama. En ese momento es cuando nosotros silenciábamos nuestras lágrimas para oír las suyas, un dolor que se callaba para acoger a otro dolor, penas y sentimientos que no podías gritar para que no se desgarrara la pena de un niño que no sabía dónde ampararse desde que le faltaba un trozo de su corazón.
La nochebuena llegó. Es la noche en la que hasta el nombre, ¨nochebuena¨, parece una ironía. Ninguno quisimos estar con la familia en ese día, nos quedamos los tres juntos sentados en nuestra mesa. Le dijimos a Álvaro que se fuera con sus primos, pero por más que insistimos no quiso irse, sabía que de haberse ido nos habríamos muerto de tristeza su madre y yo. Comimos lo de siempre, ninguno habíamos pensado en nada especial para esa noche, y aunque mamá sacó algunos dulces comprados para engañar a las almas, todos se quedaron en el plato, no era la noche idónea para endulzar la amargura que llevábamos dentro.
Así, los tres juntos, sin decirnos nada pero entendiendo todos lo que cada uno sufría, pasamos esos días, solo faltaba la noche y día posterior de la venida de los Reyes Magos de Oriente.
Álvaro nos dejó hace unos días antes la carta que le iba a enviar a sus majestades y aunque había pedido pocas cosas, pensábamos que ese día, al ver los juguetes se pondría más animado, aunque estaba muy claro que tampoco para él iba a ser fácil no escuchar los gritos emocionados de su hermana.
La tarde de la cabalgata fue especialmente dolorosa. Al llegar a la zona del centro, fuimos a comprar unos pasteles. Allí estábamos, ante la inmensa vitrina de la pastelería ambulante, sin querer mirar ninguno la bandeja de los palos de nata, ese dulce que había que comprarle primero a Lucía para que nos dejará comprar tranquilos a los demás.
Álvaro nos miraba y sonreía mientras pasaban las carrozas, pero no se agachó a coger ningún caramelo, quizás recordaba que cuando lo hacía, venía su hermana y se los quitaba.
Las 12.00 de la noche. Álvaro se fue a dormir aunque sin la ilusión de otros años. Haciendo de tripas corazón y pensando en él, su madre yo nos levantamos para ponerle algunos regalos en el árbol de navidad, pero ambos nos llevamos una gran sorpresa cuando vimos que Álvaro estaba allí, se había levantado para para dejar junto al árbol una carta que decía así:
¨Querido Reyes magos, espero que no sea muy tarde ya, pero quiero que los juguetes me los cambiéis por algo que me hace más ilusión. No le he querido decir nada a mis papás para darles una sorpresa, pero quiero que me traigáis a mi hermana Lucía, pues desde que no está, no tengo ilusión por nada y ellos están muy tristes. Cambio todos los juguetes del mundo por volver a tener a mi hermanita.
Aquí os dejo dulces, podéis comer cuantos queráis, este año van a sobrar todos¨.
Cuando mi mujer y yo vimos la carta, nos abrazamos llorando ante la impotencia que sentiríamos cuando a la mañana siguiente Álvaro no pudiera ver sus sueños cumplidos.
Lo único que hicimos fue ponerle los juguetes y dejarle una nota en la que los ¨Reyes Magos¨ le explicaban que su petición había llegado tarde, pero harían lo posible para el próximo año.
Efectivamente así fue, porque a pesar del poco ánimo que sentíamos mi mujer y yo, nos pusimos a trabajar para concebir un hermano para Álvaro, una criatura que nos llenara de ilusión y mitigara el dolor que nos dejó a todos la muerte de Lucía. El destino quiso compensarnos de alguna manera y tuvimos una niña, una preciosa niña a la que llamamos Lucía. Álvaro consideró que aquella hermanita era producto de la petición que hizo a los reyes magos, y puede que no le faltara razón, vino al mundo en la mañana de un 6 de enero.
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