Hoy es una de esas tardes grises que tanto me gustan. Sí, cuando el cielo está plomizo y amenaza lluvia, es cuando puedo reunirme contigo en ese lugar en el que tantas veces nos vemos para contarnos como nos va la vida y la eternidad.
Hay quien prefiere este tipo de reuniones bajo la luz de un esplendoroso sol, pero yo no, yo prefiero que por lo desapacible del tiempo solo nos veamos tú y yo, sin más testigos que pueda perturbar nuestra agradable pero silenciosa conversación.
En ese momento se me vienen a la cabeza millones de cosas que contarte, palabras que nunca son pronunciadas y que se dicen desde el interior, la forma de hablar más sincera y sobrecogedora.
Me encanta estar contigo. Me da igual que en ese momento caiga todo el agua del mundo y más, porque por mucha lluvia que descienda desde el cielo, jamás podrá aguar el momento en que tú y yo hablamos sin hablar, nos miramos sin poder vernos, nos acariciamos en la distancia que da saber que estás tan cerca y tan lejos a la vez.
Siempre imagino que esas gotas de lluvia que caen del firmamento, son como pequeñas lágrimas que se desprenden de tus mejillas por la emoción de verme. Yo también lloro y lo sabes, pero mis lágrimas no pueden ir hacia donde tú estas, solo pueden mezclarse con las que imagino tuyas y correr juntas, sin separarse hasta llegar al mar, donde unidas estarán para siempre cumpliendo los sueños que ambos no pudimos cumplir.
Hoy te llevo fotos, recuerdos imborrables que al fin y al cabo son las únicas cosas que nadie nos podrá quitar. Quiero decirte una y mil veces que te echo de menos, aunque siempre me parezca que estás conmigo.
También llevo conmigo aquel libro que empezaste a escribir y al que no pudiste llegar a escribirle la palabra fin. Ese libro me hace estremecer tanto, me recuerda tanto a tú persona, que yo mismo invento mil finales distintos en los que siempre terminamos besándonos a la luz de la luna, bajo un tenue sol que se pone en un atardecer especial o bajo una fina lluvia como la que cae hoy.
Me es difícil continuar. Muy difícil esperar hasta reunirme contigo, pero siempre me apoyo en algo que me evoque a ti, siempre me quedo en ese que era tu rincón favorito de la casa, la chimenea, para sentir que estás sentada ahí, a mi lado, siempre diciéndome que te abrace para resguardarte del frío.
Ya sé que las cosas pasan porque el destino es así de caprichoso y que este dolor que siento será igual que el dolor de otras muchas personas en el mundo, pero está claro que a cada uno le duele lo suyo, que cada cuál es víctima de su pena, algo que no se alivia, todo lo contrario, con las penas de los demás.
Hoy, en esta tarde de lluvia, este día gris que tiñe de alegría mi alma al verte sin verte, al tocarnos sin sentir el roce de nuestras pieles, voy a volver a sentir que nada ha cambiado, porque aunque sea por unos minutos, aunque sea de una manera distinta, allá en el cementerio, volveremos a estar juntos.
Luego, cuando llegue el momento de marchar y tener que dejarte allí, se me hará un nudo en la garganta, como siempre. Tras tocar tu lápida en un último adiós, me iré alejando, pero antes de cruzar la cancela miraré atrás y pensare que algún día entraré para reunirme contigo y no salir jamás, entonces será cuando ya nada ni nadie podrá separarnos nunca.
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