Como un auténtico ciclón de vientos incontrolados, tu amor llegó en un tarde de verano, en esas tardes tediosas que cambiaron desde que te conocí. Tuve que soportar que te enamorases de otra persona, pero yo estaba seguro que con el tiempo te darías cuenta de los sentimientos que se apoderaban de mí.
Así fue, tras un primer verano, no quiso saber más de ti. Yo que fui tu pañuelo de lágrimas, me lance y te dije cuanto te quería, tu no contestaste, pero no hizo falta, nos fundimos en un beso.
Tu cuerpo mojado al salir de la piscina, tú forma de clavarme tus ojos negros y dejarme hipnotizado, son cosas que ya nunca olvidare por mucho tiempo que pase, por muchos veranos que acontezcan y traigan más emociones.
Recuerdo aquel momento en el que, tras enfriar mi piel con una ducha tras el rigor de cada tarde junto a ti, salía de casa con el frescor de la noche para esperarte impaciente en aquel banco testigo de nuestra ilusión al vernos. Mi corazón latía desesperadamente mientras esperaba tu aparición en aquella plazoleta de entonces, aquella plazoleta en la que en cada metro cuadrado, había un recuerdo tuyo. Cuando venías, mi corazón dejaba de latir, era ese momento de suspense en el que creía morirme si tardabas más de la cuenta en abalanzarte sobre mi y darme un beso, ese beso fresco, especial y cuyo sabor nunca tendrá igual parecido, por muchos besos más que hayan venido después, por muchas mujeres que me hayan jurado amor.
Allí, sentados en nuestro banco, respirando tu olor, alimentándome de el frescor de tu cabello, mi alma se llenaba de ti sin necesidad de llegar al plano sexual, pues aquello, era el punto de inflexión en la rutina de mi vida, cada verano era la época en la que mi piel se abría y te esperaba.
De forma sutil, me acariciabas y me hablabas al oído. Aun hoy, mucho tiempo después, parece que tu dulce voz resuena en mi cabeza erizándome la piel, por muchas que me hayan hablado, por muchas veces que me hayan acariciado.
Dicen que el primer amor es especial pero no es verdad, porque especial fuiste tú, la niña mujer que cuando llegaba a mí pueblo, me hacía perder la razón por la única razón de estar contigo. Cuando te marchabas, después de una larga despedida en la que yo me tragaba las lágrimas por no hacerte sentir mal, me iba con un nudo en la garganta que me impedía respirar, vagaba por cada calle por la que juntos habíamos pasado, buscando tu perfume, empapándome de algún matiz que me ayudara a llegar al próximo verano. Después de deambular por las calles, nuestras calles, me iba a casa, me encerraba en mi habitación y te pensaba, te imaginaba en el coche de tu familia maldiciendo cada kilometro que te separaba de mi. Cuando entraba la noche, salía de casa ante el silencio de mis padres, silencio de respeto a un alma destrozada por los avatares de los adolescentes que se juran amor eterno a pesar de la distancia. Volvía a la plazoleta, nuestra plazoleta, rompía a llorar en el silencio de aquella noche diferente, noche en la que nuestro banco me parecía demasiado grande para mí solo. La hojas de los árboles se movían de forma incesante como queriendo hacer gracias y aliviar mi pena, el viento fresco de una noche de finales de agosto, refrescaba mi cara y trataba de secar mis lágrimas, porque todo lo que había en esa plazoleta también estaba triste en esa noche al verme allí solo, sin que tú estuvieras a mi lado.
Esa noche, como cada última noche de cada verano, me daban las claras del día allí sentado. Algunos al pasar por aquella plaza me miraban extrañados, como si estuviera loco, pero me daba igual porque en realidad era verdad, estaba loco por tí, loco por no poder volver a oler tu cuello y no poder sentir tus labios dibujando mi cara, sin más sexo que el roce de tu piel con la mía, sin intención de revolcar más que nuestros corazones por la emoción de pequeños momentos inolvidables.
Luego, regresaba a casa y comprobaba que esa noche, mi madre no me había dejado nada de cena, estaba claro que ella sabía mejor que nadie que mi estómago estaba cerrado, que solo me alimentaba al cerrar los ojos y verte en mi mente.
Así cada final de verano durante muchos. Nunca pude acostumbrarme a que te fueras, a que tuvieras que partir a aquella gran ciudad, con sus luces y sus mil opciones que podían hacer que te olvidaras de mí.
Después de muchos episodios parecidos en cada final de agosto, hubo un verano en que ya no llegaste. Era la premonición que dejaba entrever el cese de cartas que iban y venían durante el año. Tus letras se callaron y se borraron, las mías quizás eran almacenadas en algún cajón sin ni siquiera ser abiertas, pero me daba igual, yo seguía esperando.
Sabía que si tú habías vivido lo mismo que yo, por mucho destino que se ponga en medio, por muchos nuevos besos que hubieras encontrado en la gran ciudad, algún rincón de tu corazón te diría en determinados momentos que yo estaba allí, en aquella plaza, inamovible, esperándote solo para darte un beso y sentir tu voz.
Los teléfonos nunca más nos acercaron, nunca más volví a oírte y en contra de lo que podía imaginar no me encontraba triste, solo pensaba que, si habías conseguido más felicidad con alguien que conmigo, yo solo podía alegrarme porque fueras dichosa, aunque tu alegría fuera mi llanto interno, aunque tus nuevas emociones fueran mi olvido.
La vida continúa, siempre lo hace, no hay amor que detenga el ciclo vital aunque haya besos que cuando los das te hagan pensar que se ha detenido el tiempo.
Yo nunca más pensé que volvería a verte, aunque en mi mente te retrataba a cada instante. Un amor de verano más, pensaba a medida que pasaban los años, aunque sabía que aquella huella siempre estaría conmigo durante toda mi vida, por muchos amores que acontecieran, por muchos nuevos besos que me dieran.
Yo siempre creí que las cosas terminan llegando a su destino, que puedes gritarle a una paloma lo que quieres y ella llevará tu petición. Nunca perdía la esperanza, por eso cada tarde, lanzaba una botella al agua del tinto, una botella con una leyenda.
¨Por muchos veranos que pasen, por mucha gente que pase por tu vida y la mía, nunca te olvidaré.¨
PD: Esta historia es absolutamente ficticia y cualquier parecido con la realidad es pura adolescencia.