Cuentan que estando cerca su hora final, solo le preocupaba una cosa, saber si la mujer que siempre había amado en silencio, sin decírselo a nadie, sentía o había sentido algo por él alguna vez.
Estando en el que en poco tiempo sería su lecho de muerte, llamó a uno de sus mejores amigos que velaba por él en la habitación y le confesó todos sus sentimientos de amor, diciéndole que se fuera a buscar a la mujer de sus anhelos y le dijera lo que sentía.
Su fiel amigo, sin dudarlo un momento y sabiendo que el tiempo apremiaba, salió raudo y veloz para hacerle llegar a la señora en cuestión los sentimientos de su moribundo amigo. Cuando el emisario llegó a donde vivía aquella mujer que su amigo le había descrito, este se encontró con una tremenda encrucijada, que la mujer que su amigo amaba estaba casada y tenía dos hijos que jugaban con ella en un parque frente a la casa.
Sin saber qué hacer reflexionó un momento, pesó que no podía irrumpir en la paz de aquella familia y decirle a esa mujer que un hombre, un hombre que no era su marido, la amaba. Aquello podría suponer un trago de no muy buen gusto, además de innecesario.
Tras aquel tiempo de reflexión, el amigo del moribundo puso rumbo de nuevo a donde estaba su camarada enfermo.
Al llegar, su enamorado amigo ya casi estaba espirando, pero con sus últimas fuerzas le preguntó a su emisario si había dado el mensaje a su amada, a lo que este contestó que sí, que la respuesta había sido afirmativa, que ella siempre había estado enamorada de él, pero que al no haber sabido de su amor no pudo esperar más y se casó al cabo del tiempo con otra persona.
El moribundo hombre, hizo un gesto de satisfacción y tras un momento, instó a su amigo a que cambiara el testamento y todas sus pertenencias fueran para aquella mujer.
El amigo quiso convencerle de que aquel gesto no era lo más conveniente, pero poco después su amigo murió, teniendo que cumplir con su última voluntad.
Tras unos meses después del fallecimiento de aquel rico señor, se llamó a la mujer que él siempre había amado y, con mucha sutileza, se le comunicó que un hombre le había dejado una inmensa fortuna, una fortuna que ahora era única y exclusivamente de ella.
Aquella mujer no daba crédito a lo que el notario le contaba, pues siempre había sido una persona que, junto con su familia, había pasado mucha necesidad en la vida.
Cuando supo quien era aquel hombre que le había dejado tan sin par fortuna y riqueza, aquella mujer comenzó a llorar de forma desconsolada, sobre todo cuando le enseñaron una fotografía de aquel hombre. Sus palabras fueron determinantes.
¨Ese hombre siempre fue la persona que más amé en la vida, tanto que, el que ahora es mi actual marido, siempre supo que estuve enamorada de ese señor, pero que nunca fui correspondida porque jamás me insinuó nada. Yo lo hubiera dado todo a cambio de un solo beso suyo, pero al no haber habido oportunidad entregué mi corazón a otro hombre, aunque nunca dejé de amarle en silencio.¨
Ante aquellas palabras, el amigo de quien había muerto lloró también porque supo que el destino es más fuerte que nada ni nadie y que su piadosa mentira fue un acierto al fin y al cabo.
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