domingo, 18 de septiembre de 2011

SENTADO AL SOL DE LA TARDE


Paseando en una tarde en la que el calor había bajado un poco, reparé en una imagen que me llamó poderosamente la atención. Era un anciano sentado en un banco y cuyo rostro  reflejaba el paso de la vida en las personas.
 Aquel hombre tenía una mirada amable y desprendía ternura, pero su rostro también era la prueba evidente de que su vida no había sido fácil, y sobre todo, ese  rostro reflejaba hastío, soledad.
Si, en cierta manera la cara de aquel hombre era el espejo de un alma que ya va llegando a su final. Estoy seguro de que ese hombre en su interior se preguntará  más de una vez, ¨¿Yo que hago ya en este mundo?¨,  y aunque sobren  motivos por los cuales ese hombre debe estar entre nosotros, es evidente que tiene todo el derecho del mundo a sentirse cansado y querer acabar con todo, quizás para reunirse con aquellos que se fueron antes que él.
Poco a poco me fui acercando a ese hombre. No quería perturbarlo ni tampoco ser el samaritano de turno que le da conversación  ni nada de eso. Yo preferí dejarle tranquilo, aunque me gustaba observarle y ver su comportamiento, entre otras cosas porque lo creía un buen ejercicio y pensaba en lo que sería de mi el día que yo tuviera su edad, si es que llegaba.
Mis sospechas de que aquel hombre se sentía solo fueron certificadas cuando desde el lugar que yo ocupaba, le vi sacarse una cartera muy maltrecha con una gomilla que impedía que se abriera y callera al suelo el amplio contenido de la misma. En esa cartera, que abrió con sumo cuidado a pesar de los movimientos de sus torpes manos, había un buen número de fotos que iba pasando poco a poco mientras se le iluminaban los ojos. De repente, se paró más tiempo en una de esas fotos, al tiempo que dos inmensas lágrimas corrían desbocadas por los surcos de un vetusto rostro que maltratado por el tiempo, aun dejaba entrever huellas de la más impresionante sensibilidad.  Empezó a llorar de manera desconsolada al tiempo que besaba una y otra vez esa foto, la foto de su mujer, su fiel compañera y la que habría compartido con él tantas cosas.
Al protagonista de esta historia no le importaba siquiera que pasara gente a su alrededor y no sentía ningún tipo de rubor por llorar la falta de su amada estuviese quien estuviese.
No lo puede remediar y aquella escena me hizo llorar a mí también.  Pensé en muchas cosas, me acordé de familiares que ya no están, de lo que sentiría si me faltara alguna gente en mi vida y demás cosas que se agolpaban en mi mente tras el impacto de ver llorar a ese hombre. Pero sobre todo pensé en el amor que desprendía aquel abuelo  y la pasión con la que besaba aquella foto de su mujer fallecida. Hoy por hoy las personas se cansan y duran dos tardes como quien  dice, por eso, ver  aquel hombre  derramar esas lágrimas por quien habría estado tantos años a su lado, me hizo reflexionar. Tan poco como hoy por hoy aguantamos las personas, con lo fácil que decimos te quiero y lo poco que cuesta decir ya no te quiero…¿Tendré alguna foto que besar el día que sea un anciano tomando el sol de la tarde? 

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