jueves, 5 de abril de 2012

AL LLANO DEL CINE

Aun hoy, después de tantos años, recuerdo lo que fuiste en otros tiempos y lo que significaste en mi vida. Nunca podré pagar de ninguna de las maneras todo aquello que me diste, probablemente los mejores años,  aquellos que ya  no volverán. En tus entrañas abruptas de antes, en medio de tu extensa llanura poco uniforme  que conocía como la palma de mi mano, fui creciendo bajo el amparo de tu tierra que cada tarde se impregnaba en mis rodillas de niño como signo inequívoco de que tú jugabas conmigo y eras  feliz viéndome alegre. En ti fui el mejor jugador del momento con goles que siempre estarán en los anales de la historia de tus días de fútbol con porterías marcadas con piedras.
Yo no te conocí en aquella otra época en la que encandilabas a todos con metros de celuloide que cobraban vida y distraían las apuradas almas de aquellos tiempos difíciles, no te conocí en pleno esplendor de improvisada sala de cine a la luz de la luna del verano nervense, pero fuiste igual de mágico   y recree en ti aquellas hazañas de  superhéroes de película mediante juegos.
El paso del tiempo nos fue transformando a los dos, y de la misma manera que mi aspecto iba cambiando a medida que me iba haciendo mayor, también tú, por los caprichos de aquellos que quisieron hacerte diferente fuiste tomando otro cuerpo, otra forma, otra imagen que aun siendo distinta no dejaba de mostrar lo que siempre has sido, el lugar en el que muchos mozalbetes fuimos descubriendo la vida e hicimos todo aquello que siempre serán los más bellos recuerdos  al volver la vista atrás.
De lo rudimentario te convirtieron en alfombra verde que destilaba sosiego,  pero sosiego que se rompía cuando entrabamos en escena aquellos que nos resistíamos a que fueras otra cosa que nuestro paradigma de diversión y juegos adolescentes.  Quisieron cambiarte para así cambiarnos, pero ambos éramos una fusión perfecta que quedaba refrendada entre juegos ancestrales y bocadillos de mortadela que cada tarde forjaban mayores vínculos.
En aquel lugar de manto verde y tardes  sentado en bancos bajo los árboles, fui como tantos otros descubriendo el amor, ese amor de barrio que llega un buen día para hacerte sentir el más afortunado, ese amor que se iba escondiendo entre arrumacos y besos inocentes que formaban secretos de adolescentes que tú sabías guardar  entre tus muros y rincones.
Éramos tú y yo, el barrio y el niño, el niño y su entorno más admirado, su fortín inexpugnable y donde el tiempo se detenía cada tarde mientras miraba los ojos de aquella niña que supo robar el alma del pirata del barrio.
Hoy ya quedan pocos vestigios de aquellos maravillosos años en los que fuiste algo más que el lugar donde crecieron esos hombres  y mujeres que hoy llevan a sus hijos para que, igual que antes, pero ahora convertido en parque, seas la panacea de risas y diversiones de los niños.
Has cambiado mucho ¨viejo llano¨  pero sigues siendo el escaparate del ocio y la más inocente felicidad de los hijos de tus hijos. 

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