jueves, 5 de abril de 2012

AQUELLOS OJOS VERDES



Ahora que la vida me ha llevado por distintos caminos, necesito recordar aquellos tiempos en los que siendo un niño que empezaba a ser hombre, te conocí.
Tú eres una de esas reminiscencias del pasado más feliz de mi vida, aquellos años en los que tan solo tenía una idea en mi mente, ser un adolescente feliz que encontraba en su barrio todo aquello cuanto necesitaba. Desde el primer momento en que te vi supe que nunca serías mía, tenía claro que esos ojos verdes que encontré aquel verano nunca me mirarían de otra manera que no fuera por amistad, pero es cierto que no me importaba, que había una complicidad entre nosotros que iba más allá de lo que podía ser un amor de verano. Siempre tuve la sensación de que para los dos era importante tenernos siempre cerca y sentía que cuando tú estabas,  yo debía ser siempre aquel que velara por tus sueños, el que hiciera realidad que cada día fuera mejor que el anterior, que siempre llevaras en el corazón esa grata  impresión que probablemente, igual que me ocurre a mí, te provoque un cosquilleo especial en el estómago cuando a pesar del tiempo transcurrido recuerdes aquellos años.
Cada tarde una cita en el sitio de costumbre, sitio que aun siendo hoy diferente a lo que era me retrotrae a otra época. Allí  quedábamos todos aquellos que siempre compartíamos horas y horas de risas, historias, besos furtivos, caricias enmascaradas tras los setos de aquella plaza y muchas cosas más que nunca se olvidan, pero mis días de diversión veraniega no eran totales hasta que no te veía aparecer por aquel lugar. Siempre que llegabas yo te dedicaba varias miradas de esas que no se cuentan a nadie, esas miradas que eran como abrazarte sin tocarte, miradas que yo solo podía entender. Hubo mucha gente que pensó que tenía algo especial con alguien que llegaba cada verano de aquellos lugares que baña el mediterráneo, que mi melena de joven rockero indomable tenía unas manos que se perdían entre mis cabellos buscando caricias, pero igual que ocurrió otras veces nunca  tenían razón. Como no hay nada más bello que el silencio, yo me dejaba llevar y me permitía mirarte sin levantar sospechas, recreándome una y otra vez en el resplandor de una mirada que me producía mucho bien sin necesidad de llegar a nada más. Nuestra complicidad fue total, éramos dos personas que se conocían bien, que se sentían cómodos estando juntos y siendo fieles a la única motivación de ver que todo aquello que hacíamos nos hacia feliz.  Yo hablaba durante horas y contaba todo aquello que mi más poderosa imaginación era capaz de exponer para cautivar a aquellos que cada tarde se sentaban en aquel banco siendo el público que disfrutaba con historias muy parecidas a las que hoy plasmo en papel. Cada día llegaba a casa con el pecho henchido y con el alma emocionada de tantos momentos inolvidables. Alguna que otra vez me preguntaba alguien si estaba enamorado, y la verdad es que lo estaba, lo estaba de la vida, que había puesto en mi camino gente como aquella de cada verano, gente como tú, niña de los ojos verdes, que siempre provocaste en mi una sensación que iba más allá de lo que un hombre puede sentir por una mujer. Provocaste emociones, confidencias, caricias de amigos que se daban todo sin pudor de que nadie pudiera pensar algo más. Después de tanto tiempo, recuerdo aquellas noches en las que un reparador masaje me devolvía la vida y me hacia pedir a gritos que el mundo se detuviera en ese instante. Fuiste mucho siendo solo mi amiga, y aunque pueda parecer difícil de entender, puede que la amistad nos aportara más que lo que pudiera haber reflejado en nuestras vidas haber sido amantes de agosto. Hay amores que no se olvidan pero también hay amistades que perduran por siempre y para siempre por encima de cualquier amor. Tan solamente una vez, en uno de esos juegos de adolescentes,  te bese en los labios y eso me hizo saber y sentir que la levedad de un instante como ese es una huella imborrable que queda grabada a fuego en los anales de la felicidad. Yo no fui tu amor de verano, pero amaba ser tu amigo.
Gracias, gracias  a la niña de los ojos verdes, esa mujer de hoy que tras aquellos años maravillosos pudo comprender, al igual que yo,  que la senda de la vida es más difícil que aquellos años en los que sólo jugábamos a ser chavales que se llenaban de vida y vivían ausentes de lo que luego el destino les depararía. Hoy tengo más claro que nunca que hay años en la vida de una persona que marcan una época, que siempre se recuerdan y que son los que te hacen sentir vivo.



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