Eras apenas nada y a la vez el milagro
más grande. Tus manitas casi inapreciables ya dejaban entrever el gesto de
querer agarrarte fuerte a la vida. Tus ojos, expresivos y llenos de vida se
convirtieron en la primera y más grande de las razones para entender que la
vida siempre se abre camino, que no hay nada que pueda compensar ciertos
momentos, que solo una mirada tuya valdría por millones de lágrimas y noches de
eterno desvelo mirándote y ayudándote a
seguir adelante.
Fueron días de llanto al verte en aquella
jungla de cristal a la que te enfrentaste, aquel ring de hospital en el que
librabas un combate con la vida peleando duramente para ganar el más bello
premio, dejar la frialdad de aquella sala para cobijarte en los brazos de mamá.
Tus suspiros estremecían hasta los pilares más fuertes, tus balbuceos eran la
sinfonía más explícita de gozo para los oídos de quienes te oían y miraban a
todas horas.
Eras casi nada, un pequeño cuerpecito
que casi cabía en las manos, con esa mirada cándida de no comprender la razón
por la que el destino te había elegido a ti para tan dura prueba.
Tú naciste y contigo nacieron las
esperanzas incluso del más escéptico,
pues nadie dudaba que aquella cosita tan bella, tan pequeña y tan
indefensa llegaba a este mundo para ser la luz que iluminara el camino de aquellos que le engendraron. Tú
viniste para cambiar el curso de la cosas, para dejar claro que el amor es el
mejor argumento para entender que vale la pena luchar. Mamá siempre estaba
allí, al ladito de aquella improvisada e incómoda cuna en la que te tocó vivir
tus primeros días, nada que ver con aquella cálida habitación que con el mimo y
el más meticuloso celo habían preparado para que tus sueños empezaran a ser
felices, para que entendieras que ya no estarías solo, que pasara lo que pasara
en la cama de al lado estaría siempre quien daría la misma vida por ti.
Los años han pasado y las sonrisas de
miles de momentos han borrado las huellas de aquellos duros instantes. El
pequeño ¨conejito¨ indefenso se va haciendo mayor sin más novedad que los
típicos catarros, algún dolor de tripa producto del atracón de ¨chuches¨ o
alguna rodilla magullada como muesca de juegos de infancia.
Todo ha cambiado afortunadamente menos
el abrazo de mamá. Mamá sigue secando lagrimillas de llanto angelical y sigue
curando heridas con tan solo tocarlas. Cuando duermes, ella sigue mirándote
como aquellos primeros días, velando tu sueño, sin poder apartar la vista de
ese trocito de sí misma que, aunque ha crecido, sigue siendo ese pequeño gorrioncillo
que queda indefenso en la selva de asfalto y ritmo trepidante que marca la
vida.
¿Qué será de mayor? Se pregunta mamá y
papá cuando te ven dormir de manera plácida en ese lecho con sábanas de
ilusión, cariño a mantas y encajes de besos que nunca faltan. Será lo que él decida, pero no hay mayor
alegría que saber que a pesar de aquellos duros días de desaliento e
incertidumbre por tu temprana llegada, tú serás quien decida.