Mi tierra va perdiendo a sus hijos. El
mineral que fuera los caudales de bondades se ha secado para siempre y aunque suenan cantos de sirena
ya nada será como antes.
Dicen que otra vez volverá la sonrisa a
la faz de mi gente, pero ya no creo en nada, solo sé que la pena y las
necesidades se apoderan del lugar que dio esplendor a todos los que ahora
olvidan aquellos años de bonanza que sirvieron para ennoblecer a unos y
engrandecer a otros.
Hoy se olvida todo lo que esta tierra
dio, se olvidan las fatigas de hombres
que se hipotecaron bajo tierra para que nada faltara en sus casas, se olvida y
se falta a quien entregó su vida cumpliendo con los deberes de minero aguerrido
que trabajaba para que el vómito de ganancias de distinguidos señores no se
parara.
Antes había trabajo y se empeñaban los pulmones
para comer, hoy se vive gracias a la
limosna que se concede a quien no tiene la oportunidad de sacrificarse por los
suyos.
Y siguen las voces levantando falsas
esperanzas que son como espejismos que después se desvanecen. Volver a ser lo
que fuimos es el argumento de quienes no han reparado en quien ya no tiene nada
y se resiste a huir del lugar en el que forjaron su mundo. Palabras que se
lleva el viento, ilusiones que cuando se disipan producen llagas en el alma de
una comarca desgastada por las mentiras que nadie castiga.
Los rojos evocan la sangre de los
mineros que perecieron, los amarillos simulan el oro que de las entrañas de
estos lares se sacaron. Miles de colores que como cual arcoíris quieren
simbolizar un tiempo mejor, sin negros nubarrones que tapen el sol de las
oportunidades para todos. Pero siempre hay tormenta, siempre hay malos vientos
que terminan llevándose el menor atisbo de prosperidad. El latido de las minas
suena a hueco, a golpe con eco que evoca gran vacío en la inmensidad, a
silencio sepulcral que se mezcla con el silencio de las almas que se van para
siempre, suena a nada.
La eterna torva que siempre dispensó
porvenir como justo premio al trabajo está parada en el tiempo sin que nadie la
cargue otra vez de esperado bienestar.
Esta tierra pierde a sus hijos, aquellos
hombres y mujeres que sin volver la
vista atrás hubieron de olvidar raíces, sentimientos y lazos de unión para
buscar un lugar mejor en el que llenar la despensa de sus mentes, vacías de
razones por las que seguir condenado en un territorio que dejaron morir. Los
hijos de esta tierra, aquellos que se fueron, buscaron nuevos horizontes y
siempre miran al sur con pena, con la tristeza de no ver cada mañana ese rojizo
margen que siempre acompañó la mirada de los de aquí. Los hijos de esta tierra
que se fueron, lo han perdido todo, pero en su interior aun albergan la
posibilidad de volver y poder encomendar otra vez sus vidas al eterno mineral
que está en el interior y que no siempre es sinónimo de estabilidad. Esos hijos
que pusieron rumbo a cualquier otra parte esperan que la justicia les de
aquello que siempre fue patrimonio de los de aquí, trabajo a cambio de honrado
sudor que se pague sin más engaños ni mentiras.
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