Los días oscuros y grises en los que la lluvia cae de forma ininterrumpida pero tímida y sosegada, son días especiales en los que viene a mi memoria lo que fue un tiempo pasado, aquellos tiempos que ya no volverán.
Recuerdo aquellas tardes de otoño en los que me refugiaba en una cabaña que hacíamos en el barrio de la manera más imaginativa, esa cabaña en la que tantas veces encontré el amor en otoño acompañado de alguna niña de mi pandilla.
Eran otros tiempos, las videoconsolas no existían y los chavales jugábamos juntos compartiendo muchas cosas. Recuerdo aquel juego de las prendas en el que siempre, de acuerdo previo con algún compañero, engañábamos a la chica más bella para que tuviera que darme un beso. Cuando eso se producía, cuando ganaba el sutil beso de miel de la niña de mis sueños, era imposible poder conciliar el sueño aquella noche, y cuando lo conseguía, soñaba con que ella seguía entre mis brazos y el tiempo se había detenido para no tener que regresar a casa.
Cuantos recuerdos de bocadillos de mortadela o nocilla a media tarde, cuantas emociones de partidos de fútbol de barrios en los que poníamos todo nuestro énfasis por lograr el triunfo con el nombre de la barriada que nos vio crecer. Tantos y tantos recuerdos que ahora, cada pensamiento, se convierte en una añoranza de aquellos tiempos en los que no teníamos más problemas que jugar, comer, dormir y soñar con algún amor adolescente.
¿Qué ha quedado de todo eso?, ¿Qué ha sido de aquellos barrios activos que albergaban tantas gotas de recuerdo como rodillas raspadas en sus suelos?, ¿A dónde fue a parar la inocencia que en aquellos tiempos se escarranchaba muchos más en los jóvenes?
¡Qué pena!, a veces mirar atrás tiene tanto de mágico como de triste, es una sensación agridulce, los ojos se me llenan de un brillo especial cuando recuerdo lo que para mi significaba mi barrio, sin embargo también me entran ganas de llorar cuando observo que ya nada es igual, que los niños crecen demasiado pronto, que la malicia y las tentaciones se apoderan de ellos con más precocidad, que los barrios casi permanecen inertes porque ya no hay niños que se dejen los pantalones jugando en sus entrañas.
Mi barrio, ¿Qué ha sido de mi barrio?, me lo convirtieron según los políticos en un lugar de ocio, que contradicción, lugar de ocio en el que ningún niño juega ni quiere hacerlo, lugar convertido en un sedentario rincón que llora porque nos echa de menos.
Mi barrio será por siempre y para siempre mi barrio, aunque yo haya crecido, aunque nadie ya juegue y no se oígan los gritos de las madres llamando a sus hijos.
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