Desde la ventana de mi casa, cada tarde, siempre me extasiaba con la puesta de sol, que desde ese lugar siempre tenía un color especial, siempre te dejaba alguna imagen diferente a la del día anterior. Cuando digo mi casa, me refiero a la casa de mis padres en realidad, la casa donde crecí, la que siempre estará ligada a los recuerdos de mi infancia, unos recuerdos que claramente están unidos a aquella ventana que yo llamaba, ¨la ventana mágica¨
Si, esa ventana era mágica por muchas razones, sobre todo, porque mirando a través de ella siempre encontraba aquello que quería ver. Durante muchos años vi la que era la chica de mis sueños, una niña de coletas y ojos negros que siempre había sido para mi lo más idolatrado, ya que desde hacía muchos años, casi desde la guardería, ella siempre me pareció que sería la mujer de mis sueños, aquella que algún día sería la que llevara de la mano por siempre y para siempre.
Durante muchas tardes me recreaba mirándola en aquella ventana, mi ventana, donde la veía jugar en la distancia mientras yo pensaba: ¨Algún dia bajaré y le diré que me gusta, que le quiero, que quiero ser la persona que siempre esté a su lado.¨
En realidad esa ventana era más mágica incluso de lo que yo pensaba o imaginaba, ya que siempre me ofrecía de aquella niña la imagen que yo quería ver, escondiéndome otra que si que pude ver un día cuando salí al parque, ese parque que ya no se divisaba desde mi ventana. Aquella imagen fue terrible. Vi a la niña de mis sueños como se daba un cariñoso beso con otro mozalbete, algo que me dejó hundido moralmente a pesar de que se diga que los niños no tienen más problemas que jugar y crecer.
Ese día yo había abandonado la trinchera de mi habitación sólo para armarme de valor y decirle que la amaba, pero esas palabras tan difíciles de pronunciar se hicieron imposibles cuando vi aquella imagen que ya no se borraría en mucho tiempo de mi mente. Aquella niña, mi niña, la que tantas veces había soñado e imaginado en cien mil cuentos de príncipes y princesas, no sentía nada por mi y había estampado sus sonrosados labios con los de otro niño que seguro, no sentía por ella lo mismo que yo.
Fueron días de desaparecer del mapa y no querer saber nada de eso que se llama vida. Mi madre acudía en reiteradas ocasiones a mi cuarto, intentaba consolarme, pero no había nada que hacer, yo no era un niño feliz como cualquier otro, era un niño herido en su corazón y no habia consuelo para esa pena mia. Por más que todos querían sacarme información sobre lo que me pasaba, yo siempre daba la callada por respuesta, no era capaz de hablar de lo que me pasaba sin que lágrimas de inmenso dolor surcaran mi rostro. Durante muchos días permanecí con la ventana, mi ventana mágica, completamente cerrada a cal y canto, no quería ver nada más allá que las cuatro paredes de mi refugio, donde ninguna imagen podia hacerme daño alguno. Alguna tarde, cuando estaba en mi habitación, escuchaba el sonido de niños jugando, pero me resistia a abrir la ventana, no quería ver nunca más a aquella niña que entregó sus primeros besos con sabor a caramelo de fresa a otro que no era yo.
Ese era uno de los recuerdos más dolorosos de lo que fue mi infancia. Fui un niño feliz al que no le faltó de nada en absoluto, pero en esa tierna edad, los corazones empiezan a recibir los primeros impactos duros por amor. Enamorarse y no ser correspondido es algo que nos ha pasado a todos y seguro que muchos habrán vivido una historia parecida. Es ley de vida llorar por amor, se tenga la edad que se tenga, son experiencias que te van curtiendo y te van formando esa coraza necesaria para luego enfrentarte a los muchos avatares que la vida presenta, situaciones que harán que esos recuerdos de niñez sólo queden en meras anécdotas que te hacen esbozar una sonrisilla cuando las recuerdas.
Pasado el tiempo, yo mismo recuerdo con añoranza aquellos tiempos de suspiros de niño enamorado y que sentía que a sus pocos años el mundo se le caía encima. Con una edad en las espaldas, un divorcio de lo más convulso y situaciones que te ponen la vida mirando al abismo, necesitaba durante un tiempo aislarme del mundo exterior y por ello me fui a casa de mis padres, donde aun vive mi madre y donde aun se conserva, tal y como la recuerdo de niño, aquella habitación con aquella mágica ventana.
Una tarde, cuando estaba leyendo un libro sobre la cama, puede ver algo que me conmovió, algo que me dejó sin aliento y que hizo que el corazón casi se me saliera del pecho. En el banco frente a mi casa, ese que se divisa desde mi ventana, vi sentada una mujer cuya faz me era de lo más familiar. Quedé durante minutos mirando a aquella mujer que parecía estar triste, melancólica. Aunque estaba lejos, puede darme cuenta de que lloraba, lloraba sin consuelo, sola, desangelada en aquel banco.
En estas llegó mi madre que me traía una taza de caldo y me dijo: ¨¿Te acuerdas de Violeta, la niña que tanto te gustaba de pequeño?¨
Claro, era ella, era esa niña que tanto amé en sueños y que jamás pude alejar de mi mente. Era Violeta y estaba llorando en aquel banco en el que tantas veces pensé en tomar su mano y besarla. Salí de casa, me puse frente a ella y le dije: ¨Hola, ¿Sabes quien soy?¨
Ella, con solo levantar la mirada me reconoció de imediato, pues a pesar de sus cargados ojos por el llanto, esbozó una sonrisa y me dijo: ¨¡Vaya, el niño de la ventana!¨
Allí estuvimos hablando durante horas y horas, hasta casi bien entrada la madrugada, en aquel banco en el que tantas veces soñé besarla y decirle cuanto la amaba.
Después de aquella tarde fuimos forjando una amistad que hoy se refleja en una relación de pareja que ha venido a mitigar muchos malos momentos que ambos hemos vivido.
La chica de coletas, la que veía desde mi ventana mágica, hoy comparte conmigo ventana y algo más. La vida a veces es como una especie de boomerang, siempre vuelve aquello que un día crees que se ha ido para siempre.