domingo, 12 de febrero de 2012
EN LA OFICINA DE LAS DESILUSIONES
Cada mañana cuando bajo a desayunar se me hace un nudo en la garganta al comprobar algunos aspectos que se repiten cada día.
Muchos sabrán que el edificio de la Radiotelevisión está en la planta superior del mismo edificio del INEM, en lo que antes fue el ayuntamiento mientras se restauraba el consistorio actual. Pues bien, como digo, cada mañana al bajar veo esas impresionantes colas en la oficina de empleo, pero sobre todo, lo que veo son caras de desolación de personas que sienten en sus carnes lo que es no tener un trabajo para vivir dignamente.
Son caras de resignación que se me clavan y que parecen decirme, ¨ suerte tienes tú de poder tener un trabajo y un sueldo que llevar a casa cada mes¨.
La verdad es que pone los vellos de punta oír algunas de las situaciones que se exhiben en los pocos metros cuadrados de la entrada del INEM. El otro día alguien decía más o menos así: ¨Tengo 52 años y mi última peonada la eché cuando tenía 41. Ya no sé por dónde tirar para intentar llevar algo a mi casa¨.
Esa frase la escuché a un señor que, apoyado en la barandilla de la entrada de la oficina de empleo, esbozaba de esa manera su mala suerte mientras yo estaba cerrando la puerta de la radio para ir a desayunar. He de confesar que ese día el desayuno se me hizo muy amargo, tanto que incluso amigos con los que comparto ese momento cada día me preguntaban una y otra vez si me ocurría algo.
A los 20 minutos, una vez acabado el ritual de cada mañana de tomarte algo para llegar hasta el almuerzo, volví a la radio y ese mismo señor del que hablo se me acercó y me dijo, con mucha educación, si le podía dar un cigarrillo. De forma inmediata me saqué el maldito paquete de tabaco que nunca me falta aunque me está matando y le di ese cigarrillo, al tiempo que le preguntaba, aun a riesgo de que me saltara por peteneras, lo siguiente:
¨¿Bueno qué, cómo va eso amigo, parece que lleva Usted aquí tiempo ya no?¨
El hombre, mientras daba una profunda calada a su cigarro, me miró fijamente y me dijo. ¨Pues ya te imaginas amigo, aquí estoy una vez más aunque no sé bien para qué, porque la verdad es que ya estoy hasta cansado de venir para nada. Ahora venía a cursar la ayuda familiar con mi mujer, que ha trabajado unos meses, pero hasta me da vergüenza entrar otra vez, me han pedido unas fotocopias y no tengo ni dinero para hacerlas¨.
Sin pensármelo dos veces abrí la puerta de la radio, le dije a aquel hombre que subiera y yo mismo le hice las fotocopias con la impresora que tenemos. Ese hombre, que probablemente tenía poco que agradecer a la vida en los últimos años, se mostró tan agradecido que por primera vez le vi sonreír, y lo hizo simplemente por unas fotocopias.
Cuando este señor se fue me quedé pensando en algunas cosas que me parecieron significativas. Una fotocopia puede valer unos 20 o 30 céntimos, simplemente eso, sin embargo aquel señor (si no me mintió) no tenía ni siquiera esa cantidad en los bolsillos, lo cual me hizo preguntarme más cosas.
¿Cómo tienen que ser los días de una persona que ve que todas las puertas se le cierran y no puede hacer nada?
¡Qué triste tiene que ser amanecer y pasar cada día comprobando que nunca hay nada para ti, que no hay manera de levantar cabeza!
¡Qué duro tiene que ser ver a los tuyos y no poder ofrecerles nada!
Desde luego dicen que la vida es un camino en el que pasan rachas mejores y peores, pero en el tiempo que pude hablar con ese señor me di cuenta de que hoy por hoy el sabor de lo amargo es más duradero que los pocos momentos dulces que pueda haber.
Me gustaría conocer a quien dijo que Dios aprieta pero no ahoga, pues desde luego, a veces es preferible ahogarse de una vez que estar en una continua asfixia.
Este escrito lo hice hace más de un año, tanto tiempo ha pasado que hoy ni siquiera fumo. En su momento no lo puse en el blog, pero tristemente me he dado cuenta de que esta historia sobre las necesidades de la gente que se queda en el paro, sigue siendo una historia actual y desgraciadamente, no queda desfasada.
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