domingo, 5 de febrero de 2012
HASTA QUE LA MUERTE...
En el mismo sitio donde siempre exteriorizo todo aquello que siento, hoy no puedo por más que compartir con todos aquellos que me siguen y me conocen, me conocen pero no me siguen, o me siguen sin conocerme, todo eso que siento en un día como el de hoy, un día más en el que amanezco como sintiéndome un verdadero extraño aun estando en mi propia casa.
Dicen que todo ser humano siempre necesita unos días para adaptarse a ciertos cambios importantes en su vida, pero yo creo que eso es cierto dependiendo de qué cosas son las que cambiemos, pues hay historias que, cuando cambian, no se olvidan tan facilmente ni es cuestión de días. Es más, a veces, ni aunque te forjaran de nuevo o volvieras a nacer se puede olvidar aquello que ha dejado una huella importante en el corazón.
Yo no me acabo de acostumbrar, no puedo entender ni quiero cual es la razón por la que la vida da un cambio de repente, pasando de tener cerca todo aquello que quieres a vivir aislado, como en una urna, donde nadie puede verte y donde no puedes ver a nadie. Debe ser angustioso sentir que la alegría se trunca para siempre, sentir que cuando te levantas cada mañana no hay ningún motivo especial por lo que sentirse afortunado al descubrir un día más y sabiendo que seguro será anódino, anacrónico, sin emociones de ningún tipo, sintiendo que cada minuto se hace una eternidad y esperando que el sol se vaya a dormir para de esa manera refugiarte en la oscuridad, donde todos los gatos son pardos cuando te asomas a la ventana.
Si, a veces no hay una cárcel más cruel que la vida, no hay mayor pena que estar condenado a vivir en un mundo en el que no encajas de ninguna de las maneras.
La vida nos puede poner del revés en un momento, todo `puede cambiar y ser distinto en cuestión de segundos, nadie puede irse a dormir cada día pensando que lo que tiene hoy, lo va a tener también mañana, y ese es el problema, que no valoramos aquello que de perderlo nos puede provocar una encrucijada, sin saber por donde tirar.
Un día todo da un giro inexplicable y sientes que te quedas desamparado en el oceano de las penalidades. No hay más tabla de salvación que pensar que nada es para siempre y, de la misma manera que se pasa de la tranquilidad a la angustia, de la felicidad a la infelicidad, mañana todo puede volver a cambiar, aunque ya no sabes ni quieres esperar, prefieres darlo todo por perdido.
Todo esto que digo es lo que debe de sentirse cuando de repente quien tienes a tu lado se marcha para siempre y sientes que todo te sobra aunque nada tengas.
Estos pensamientos me invadieron desde que el otro día, en un entierro al que tienes que acudir por cumplir con personas conocidas y queridas, vi lo que sentía un señor que después de 60 años de matrimonio, 60 años desvelándose ante cualquier cosa que aconteciera a su señora, se queda solo en un mundo que ahora a buen seguro le hace sentirse pequeño e indefenso. Aun recuerdo las lágrimas de ese señor mirando el ataúd de su mujer y se me estremece el alma al pensar lo que debe sentir cada noche cuando se acueste y no oiga la respiración de la que compartió con él tantas penas y alegrias.
Está claro que la vida es esto, un sendero que hay que cruzar y en el que unos llegan antes que otros, pero desde luego, creo que hay cosas que no deberían permitirse por parte de un ser ser supremo, si es que existe, y una de esas cosas es que alguien tenga que ver partir de su lado a la persona más querida sin saber cuando van a volver a reunirse otra vez.
Mi amigo Manolo no se queda solo, eso está claro, tiene a gente que le quiere y que le va a cuidar, pero por mucho bueno que se le pueda dar nunca le podrán reponer el dolor de no sentir el calor de Greoria en su hogar.
Esos ojos vidriosos que dejaban escapar lágrimas de amargura y que surcaban el desgastado rostro de Manolo, eran la prueba evidente de que el amor verdadero y para toda la vida existe. Una vez más tengo que reparar en algo que nos ha de hacer reflexionar, pues hoy vivimos en un mundo en el que se dice ¨Si quiero¨ con la mayor ligereza. Por ello, historias como la de Manolo y Gregoría, son historias que nos tienen que llenar de felicidad y emoción. Yo quiero tener mi Gregoría, quiero ser el Manolo de mi pareja durante toda la vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Javier, mi suegro ha vivido una historia así. A los 62 años de matrimonio se tomaron la última foto y a los cuatro días ella partió. El ha sobrevivido ya varios años, pero hablar de ella o evocarla le trae mucha tristeza. El verdadero amor crea mucha dependencia, aunque hoy en día tratan de demostrar que no. Mi suegro lleva siempre en su cartera su primera foto y la última nota que escribió. La lleva como un talismán y el amor a los hijos lo sostiene. Sólo el amor nos sostiene y ese no es egoísta.
ResponderEliminarGracias por compartir conmigo la conmovedora historia de tu abuelo, y sobre todo Gracias por seguir todo lo que plasmo aquí. Ya que me cuentas eso me gustaría recomendarte un post de este mismo blog, ¨Sentado al sol de la tarde¨ seguro que esa historia también te emociona.
ResponderEliminarMuchas Gracias.